viernes, 7 de octubre de 2016

Sueños de invierno

Mi hijo mayor (11 años) quiere ser escritor. O bibliotecario. O probador de colchones. Se está planteando incluso ser las tres cosas a la vez: durante el día ir escribiendo en los ratos libres que le deje el atender la biblioteca, y por la noche probar el colchón que toque. Y de paso, leer todos los libros del mundo. Al menos todos los que tenga la biblioteca.

Le he dicho que para ser escritor tiene que escribir. Que si escribe una página al día, al cabo de un año tendrá 365 páginas (o 366 si es bisiesto) y eso es una novela de las gordas. Le he dado un cuaderno para que lo utilice a modo de diario. Quiero pensar que las grandes carreras de escritor empiezan así, con un diario de preadolescente. Aun no lo ha empezado. Espero que sea más constante con lo de probador de colchones.

Alguna vez, lo confieso, a su edad y más tarde, yo también he tenido ese deseo de ser escritora. Pero soy inconstante, superficial, veleidosa, y no puedo someterme a la rutina de escribir una página al día (al menos una) durante todos los días, durante un año. Algunos días me salen dos, algunos días cuatro, algunos días ninguna (bueno… lo compenso con las anteriores)… hasta que abandono. Nunca hubiera podido ser escritora porque la escritura para mi es ligera, etérea, sujeta a los caprichos de mi estado de ánimo. No puedo someterla a una rutina de escribir todos los días una página (al menos una).

Hubo una época en mi vida, en mi adolescencia, en mi adultez temprana (que a mí la adolescencia me duró hasta los 25) en la que escribí bastante. No una página al día. No todos los días. Escribía poesía, que es lo que escriben los adolescentes y los adultos recientes. Poesías arrebatadas, oscuras algunas, luminosas otras… alguna incluso salvable. Algunas fueron experimentos lingüísticos y estilísticos. Me atreví (loca, inconsciente, adolescente) con un par de sonetos. Escribía sin constancia, sin método, sin disciplina, cuando a las musas les apetecía visitarme. No una página al día. No todos los días.

Alguna vez, lo confieso, quise ser artista bohemia. No se me ocurrió lo de probadora de colchones, habría sido una opción interesante. Pero el arte no da de comer y la vida me llevó por otros derroteros. Me llevó a estudiar ciencias, que tampoco dan de comer, y a intentar trabajar en cosas que al menos llenan el plato y pagan facturas. Luego la poesía me abandonó, o yo a ella. Lo di todo en un momento y que casi me destruye, y perdí la fuerza, las ganas, los versos.

Ahora, de repente, tengo necesidad de escribir otra vez. No sé si una página al día (no creo). Seguramente no todos los días. Ya no poesía, porque la poesía queda reservada para los adolescentes y los adultos jóvenes. Pero sí tengo ganas de plasmar, como en un diario (como en ese diario que aun no ha empezado mi preadolescente) esas cosas que se me pasan por la cabeza y que yo quiero pensar que son las musas que me visitan.


De momento esta página es solo prosa. Quizá, algún día, recupere la poesía. 

8 comentarios:

  1. Yo empecé un diario a los 12 años y me duró hasta los 20, que fue cuando conocí al que ahora es el padre de mis criaturillas, siempre me gustó leer y el escribir se convirtió en algo igual de satisfactorio. Aquí tienes otro espíritu a fin que te seguirá en tu nueva aventura. Suerte amiga 🍀⚘😘

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    1. Yo los diarios los acababa abandonando, por repetitivos. Pero esa necesidad de plasmar lo que pasa por la cabeza, de repente la vuelvo a tener otra vez.

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  2. Pues me gusta! Voy a por tu segundo día!
    Gracias!

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    1. locaaaaaa ¡¡¡ como te puede gustar ¡¡¡ jajajaja

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  3. Hola!!! Como me identifico con tus palabras!!! Tú sigueeee... A ratos pero sigueeeeeee

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    1. ¿también tienes un hijo que quiere ser probador de colchones? jajaja :*

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  4. A mi me ha pasado también muchas veces,tengo ganas de plasmar lo que siento,lo que pienso en papel. Gran iniciativa,te sigo leyendo que creo que esto promete!

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    1. Esto papel papel no es... pero casi me gusta más, me da más agilidad en la escritura.

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