viernes, 14 de octubre de 2016

Ahhh, el otoño

Ha llegado el cambio de tiempo (por fin, ya os dije que me gusta más el frío que otra cosa), y me ha pillado como siempre sin hacer el cambio de armario.

No se vosotros, pero para mí no hay cosa que deteste más que el cambio de armario. Bueno, alguna cosa seguro que hay que deteste más, pero en este mismo momento el objeto de mis odios es el cambio de armario. No solo por el pesado trabajo de reordenar toda la ropa, que también, sino por la cantidad de ropa que tengo que no me pongo y que guardo con la esperanza de poder ponérmela algún día.

Y no me refiero a esa ropa que misteriosamente cambia de talla cuando está dentro del armario. Algo de eso hay, sobre todo después del segundo embarazo, pero no. No es esa ropa la que me preocupa.
Es la ropa que no me puedo poner porque, desde hace un tiempo (demasiado tiempo), vengo a ser una ciudadana de segunda.

Yo antes tenía un trabajo ¿sabéis? Un trabajo que me gustaba, en una oficina confortable (con calor en verano y frío en invierno, cosas de las instalaciones), con unas compañeras estupendas (¡Hola, chicas!). El trabajo me gustaba porque era de hacer varias cosas en paralelo, que lo mismo cogías el teléfono, que mandabas un mail, que gestionabas un pedido o que tenías que cambiarle el tóner a la impresora. Y lo mejor de todo: me ponía una ropa diferente cada día. Podía usar toda la ropa que tengo en el armario.

Pero ese trabajo se acabó.

Y no hay otro.

No hay más.

Ninguna empresa me quiere.

Ahora, desde que soy ciudadana de segunda (demasiado tiempo), ya apenas cambio de ropa. Para salir a la calle voy siempre en vaqueros y camiseta (no siempre los mismos vaqueros, ni la misma camiseta, los voy rotando… ya que los tengo). Como ciudadana de segunda paso la mayor parte del tiempo en casa, así que cambio los vaqueros por un chándal, el pijama, o cualquier otra cosa cómoda. Total, nadie me va a ver.

Si me llaman para alguna entrevista de trabajo me arreglo, saco con ilusión la ropa encerrada en el armario y me pongo una blusa mona, un pantalón de pinzas, me maquillo, me subo a los tacones… Hasta que vuelvo a casa, guardo la ropa, y espero que me llamen porque la entrevista ha ido bien, porque no van a encontrar nadie mejor que yo para ese puesto, porque soy una trabajadora estupenda con experiencia y energías. Pero nunca vuelven a llamar.


 Y veo toda esa ropa de “para ir a trabajar” cada vez que abro el armario y se me cae el alma a los pies. 

2 comentarios:

  1. Pues habrá que convertir esa ropa en ropa de diario y cuando vuelva la oportunidad de trabajar, que la habrá, será otro buen momento para renovar ropa.
    A mi también me da muchísima pereza el cambio de armario, toda la ropa de todos por medio. Me agobia. Mucho.

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    1. A mi la de los niños no me agobia tanto, la voy haciendo gradual a medida que se les queda la ropa pequeña y voy rescatando ropa del mayor para el pequeño. Pero la mía, desde que no trabajo, es una tortura.
      Dicen que si no te pones una prenda en toda la temporada deberías librarte de ella... pues yo tendría que librarme del 80% de mi ropa, que es la ropa de "por si vuelvo a trabajar". Y ese porsi nunca llega :(

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