jueves, 26 de septiembre de 2019

La orquesta (microrelato)

Me encanta el sonido que hacen las orquestas antes de empezar a tocar, cuando están afinando. Es la promesa de la música que vendrá.

viernes, 6 de septiembre de 2019

La muralla (relato corto)

El lado norte de la muralla había desaparecido por completo. Solo quedaba en pie parte de la torre noreste. Hacía muchas generaciones que nadie atacaba aquella región, y en los tiempos de paz la ciudad se había vuelto mas próspera y no eran necesarias tantas defensas.

La torre noroeste también había desaparecido, junto con la muralla del lado norte. Al oeste la ciudad daba a un acantilado, sobre el que se asomaba la parte de la muralla que aun quedaba en pie. En ese lado no había puerta, ya que no existía camino de acceso. Solo troneras y ventanas desde las que disparaban los arqueros en los lejanos tiempos de guerra, en caso de que algún enemigo hubiera osado atacar por barco. Algo bastante improbable debido a lo escarpado del terreno. La mayoría de las almenas de aquel lado habían desaparecido también con el paso del tiempo. La ciudad no tenía puerto propio. Este se encontraba al norte, donde ya no había acantilados, en una villa que había adquirido importancia y entidad propia gracias al comercio.

En el lado este había crecido a los pies de la muralla un arrabal con gentes que ya no cabían en el interior de los muros y otras llegadas de diversas procedencias. Muchos artesanos habían aprovechado la propia muralla como pared trasera para sus negocios y viviendas. A partir de ahí se extendía un barrio de callejas amplias, por las que podían pasar fácilmente dos carros, donde artesanos y comerciantes vendían su género. Había herreros, carpinteros, alfareros, tabernas, varios mercaderes traían telas y especias de lugares lejanos... El arrabal era un mercado lleno de colorido y aromas donde se abastecían no solo los habitantes de la ciudad, sino también otros llegados de otras poblaciones de la comarca. La mayoría de las piedras que faltaban de la cara norte de la muralla habían ido a parar al arrabal para servir como material de construcción. La puerta del lado este se conservaba intacta, pero siempre estaba abierta para permitir el libre acceso de ciudadanos y mercancías desde el mercado del arrabal a la ciudad vieja, y viceversa.

El lado sur de la muralla no había sufrido los estragos del tiempo, salvo por la falta de alguna almena aquí y allá. Las dos torres se levantaban imponentes a los lados, silenciosas, vigilantes. La puerta sur estaba profusamente ornamentada, con un rosetón sobre el dintel custodiado a la derecha por el escudo de la ciudad y a la izquierda por el escudo del que fue señor feudal en tiempos remotos, todo ello labrado en piedra. Sobre el rosetón, en una hornacina, una estatua del dios protector de la ciudad esculpida en la misma piedra que el resto de la muralla custodiaba el camino de acceso. La puerta era de madera de roble, gruesa y recia, tachonada con clavos de bronce. Por el día permanecía abierta, custodiada por dos guardianes. Por la noche, tras la puesta del Sol, se cerraba.

Era por este camino por el que llegaba el viajero.

miércoles, 24 de julio de 2019

¿Por qué no nos centramos en lo positivo?

Tengo 42 años y una vida normal, pero no recuerdo días de mi vida sin dolor. Tengo síntomas de fibromialgia desde la preadolescencia, puede que antes, sin saber lo que me pasaba. Conseguí que me diagnosticaran hace 9 años.

Antes del diagnóstico, tuve una depresión con crisis de ansiedad. Pero el dolor estaba antes, y persistió después. Mi médico de cabecera me dio un prediagnóstico en fibromialgia, enfermedad de la que yo no había oído hablar pero de la que tenía todos los síntomas y me mandó al especialista. Aun así, el jefe de reumatología de mi hospital de referencia me dijo que no, que era una secuela de la depresión y me dio el alta. No me hizo ni una sola prueba, ni un análisis, ni me tocó en consulta para ver donde me dolía y como. Me hizo sentir como la puta loca que se inventa enfermedades para justificar su locura. Pero yo sabía que mi dolor era un dolor físico. Conseguí que me viera otro especialista que sí me hizo pruebas, que no me trató como una puta loca, que confió en el instinto de mi médico de cabecera que es la que me conoce y se sabe todo mi historial y me dijo que si, que lo mío es fibromialgia. Que no me lo invento y que lo que me pasa no es normal. 

No me gusta leer testimonios de otros enfermos. Ni siquiera me está gustando escribir el mío. Se que escribir lo que sentimos es un desahogo, una vía de escape cuando nuestro entorno no nos comprende. Pero la mayoría son testimonios derrotistas, tristes, negativos. Quejas sobre todas las limitaciones que tenemos, sobre las cosas que no podemos hacer. 

Pero ¿por qué no nos centramos en lo positivo? ¿Por qué no valoramos las cosas que SI podemos hacer?

El único tratamiento que me hace efecto es el paracetamol. Hay días que tomo un comprimido. A veces dos o tres. Nunca he llegado a tomar cuatro. La mayoría de los días, ninguno. El paracetamol solo me alivia un poco, el dolor nunca desaparece del todo, pero me ayuda a seguir para adelante. El resto de tratamientos que he probado, o no eran eficaces, o los efectos secundarios eran tan fuertes que no me merecían la pena. 

Me gustaría poder hacer deporte. Nunca he podido hacer deporte con normalidad. Siempre me quedaba la última en clase de gimnasia, aunque me esforzaba todo lo posible. Siempre era la que elegían la última en todos los juegos. Ahora sé que solo puedo nadar o caminar. Así que intento nadar o caminar un rato cada día. A veces es un rato largo, otras más corto.

Nunca he dejado de trabajar. Nunca he estado de baja a causa de mi enfermedad. No tengo minusvalía reconocida ni he intentado pedirla.

Tengo dos hijos. Juego con ellos, hablo con ellos. El mayor ya va entendiendo lo que significa esta enfermedad. 

Me gusta leer. A veces me cuesta concentrarme y paso temporadas sin hacerlo, pero siempre lo acabo retomando. Intento leer al menos una página al día. Las épocas más duras, busco relatos cortos o libros ligeros que no me obliguen a prestar demasiada atención.

Me gusta coser y hacer ganchillo. A veces me duelen las manos, o la espalda, y tengo que dejarlo. Pero siempre tengo algún proyecto a medias que voy terminando poco a poco, a mi ritmo.

Cuido a mis amigos, y ellos a mi. Saben que no puedo salir a bailar hasta el amanecer, pero si puedo ir al cine, reunirnos en casa o dar una vuelta por el campo.

Mi familia a veces no me comprende. Pero yo a veces tampoco los comprendo a ellos con otras cosas, no pasa nada.

Si, mi enfermedad me limita en muchas cosas, pero hay otras muchas que SI puedo hacer.

Gracias por leer hasta aquí

¿Por qué no nos centramos en lo positivo?

sábado, 20 de abril de 2019

Alcarria profunda y WhatsApp

Las amigas de mi madre son como una peli de Berlanga. O de Almodovar en los años 80. Esas pelis que narran la cotidianeidad y en las que te das cuenta que las cosas raras que te pasan son de lo más normal.

Os cuento un poco para poneros en situación. Somos originarios de un pueblo de la alcarria baja profunda que tendrá unos 300 habitantes censados. El pueblo se llama Hontoba y os pongo una foto para que veáis lo bonito que es.


En ese contexto, las amigas de mi madre decidieron hace algunos años hacer una asociación de mujeres. La mayoría son domingueras, solo acuden los fines de semana y en verano. Pero se esfuerzan por organizar actividades y mantener vivo el pueblo y sus tradiciones. Ahora la asociación la conforma un grupo de mujeres estupendas de entre 30 y 80 años mas o menos. El claro ejemplo de que muchas personas pequeñas juntas pueden hacer cosas muy grandes.

Ahora viene lo divertido, o lo berlanguiano, según se mire. Hicieron un grupo de WhatsApp (a partir de ahora wasap) para estar informadas unas y otras de las actividades de la asociación. Mi madre no tiene wasap. Para que os hagáis una idea, el móvil de mi madre tiene dos teclas, una para llamar y otra para colgar, y a veces se lía y le da a la que no es. Así que ella no tiene wasap ni falta que le hace. Yo no soy de la asociación, pero me dijeron que me metían a mi en el wasap en sustitución de mi madre para que le informase de las cosas. También hay un marido de otra señora en la misma situación, que el pobre creo que solo habló cuando le metieron en el grupo para dar los buenos días y no ha vuelto a manifestarse.

Os podéis imaginar que en un pueblo pequeño la mayoría estamos emparentados entre nosotros en mayor o menor grado. Así que en la asociación (y por extensión en el grupo de wasap) están mis primas, mis tías, las primas de mi madre, las hijas de las primas de mi madre que son primas segundas mías... y así hasta el infinito grado de parentesco.

Lo mejor de todo son las conversaciones. El otro día se fueron de excursión. Días antes "Por favor, confirmad quienes vais a venir".
- Yo voy
- Yo no voy, pasadlo bien (corazoncitos)
- Yo si
- Mi madre si va, mi tía no

(mi tía tampoco tiene wasap, así que me toca ser portavoz de las dos).
Así hasta 40 mensajes, salpicados de buenos deseos y corazoncitos (ya os he dicho que son estupendas).
Días después, lo mismo pero para elegir carne o pescado en el sitio que iban a comer.
El día antes: "El autobús sale a las 9, sed puntuales". Más buenos deseos, corazoncitos, una estampita de la Virgen para que les guarde el camino... lo normal.

Normalmente están calladas, pero cuando se ponen a organizar algo, me puedo encontrar con 50 mensajes tranquilamente. Lo mejor es cuando quedan para hacer rosquillas o cosas de comer. Ahí sabes que están preparando algo bueno.

Se felicitan los santos. Hay alguna que debe conocer todo el santoral y van felicitando a Pilares, Inmaculadas, Dolores y demás, todo acompañado de la preceptiva estampita de la Virgen. Mi móvil agnóstico no se como lo soporta. Ahora que la Navidad es su época favorita.

Y son todas super atentas y serviciales. Sabes que siempre alguien va a responder a cualquier duda que tengas. El otro día preguntó una los horarios de las misas en Semana Santa, y a los 5 minutos mi prima mandó esto (foto tomada del tablón de anuncios de la iglesia):


Ahora entenderéis por qué me siento como en una peli de Berlanga cada vez que las leo.

Pero son de lo mejor que le ha podido pasar al pueblo.