sábado, 29 de octubre de 2016

Puntos a mi favor

Tengo pecas. Muchas. Para mí nunca han supuesto ningún problema. Es más, me gustan. Creo que son un plus. Vamos, que son puntos a mi favor. Tengo tantas que en algunas zonas de mi piel soy toda color peca, no se ve lo de debajo.

Tengo la piel muy muy muy blanca. Uso protector solar todo el año. En verano especialmente. Factor 50. Mi novio dice que eso no es crema, que es yeso. Lo de la piel blanca sí que me ha supuesto algún problema de niños envidiosos que se metían conmigo de pequeña, pero ya lo tengo superado (en realidad nunca me afectó. No me afecta lo que piensen de mi, por eso tengo un blog donde escribo mis empanadas mentales).

No me pongo morena. Ni siquiera en verano. Se me oscurecen las pecas, pero el resto no. Podría decirse que mi moreno es el oscurecimiento de la peca.

El pelo si lo tengo oscuro. Lo de tener el pelo oscuro y la piel clara es una ventaja para cuando te haces la depilación láser (una de las mejores cosas que he podido hacer con mi cuerpo, que gusto da no tener que darle a la cera cada 3 semanas). Sobre todo cuando en las zonas a depilar no hay pecas.

Me dijo una amiga (hola Marian) que las pecas son besos del sol. A mí me ha debido besar mucho.

 Lo que os venía a decir con esto es que uséis protector solar siempre, incluso ahora que empieza el otoño y parece que no hace falta. Da igual que tengáis la piel más oscura o más clara, con pecas o sin pecas. Que la intensidad de los rayos solares es la misma en octubre que en mayo. Que aunque esté nublado, pasan el 50% de los rayos UV a través de las nubes. Que si vais a la nieve, hace efecto espejo y os da el doble. Que además salen muchas arrugas si se toma el sol sin protección. Que os cuidéis la piel porque solo tenemos una y nos tiene que durar toda la vida. Y que todas las pieles son bonitas (aunque los niños envidiosos se metan con vosotros). Da igual el color y el número de pecas.


Si fuésemos todos del mismo color, que aburrido ¿no? 

miércoles, 26 de octubre de 2016

Primeras impresiones

Dicen que la primera impresión es la que cuenta. No estoy totalmente de acuerdo con esa afirmación. Muchas veces me he equivocado con esa primera impresión, sobre todo con las personas. Hay quien en un principio no te cae bien, o ni fu ni fa, y acaban siendo entrañables y positivas en tu vida. Hay quien te decepciona profundamente porque esa primera impresión fue buena y quizá depositas demasiadas expectativas, que se acaban derrumbando como un castillo de naipes.

Pero hoy no quiero hablar de esas personas. Hoy quiero hablar de las que ves venir. De las que en la primera impresión ya sabes que, tarde o temprano, te la va a jugar. Y te la juega. Y piensas “ya lo sabía”. Y no te sorprende. Pero no te duele tampoco, porque ya te lo esperabas. Porque esa persona es así y desde que la conociste, ya notaste que no era bien, que jamás ibais a congeniar, que a la mínima oportunidad te atacaría.

Y son esas cosas que en el patio del colegio te dolían, porque la inexperiencia hacía que te pillaran por sorpresa. Pero con la edad que ya vamos calzando no te duelen nada. Porque te das cuenta de que ya lo sabías de antes y has conseguido que no te importe esa persona aunque hayas tratado con ella a diario.

Vale, a lo mejor estoy escribiendo esto porque si me afecta un poquito… No por perder a la persona (alguien así no lo quiero a mi alrededor), sino por las energías que he gastado construyendo mi coraza, a lo largo de los años, para conseguir que estas cosas no me afecten.


Sigo haciendo caso a mis primeras impresiones, a veces.  Porque a veces fallan, pero la mayoría aciertan. 

domingo, 23 de octubre de 2016

Desvirtualizando

Ayer tuve la oportunidad de desvirtualizar a un puñado de gente estupenda que conocí a través de Facebook.

No es la primera vez que desvirtualizo gente. Antes era una habitual en foros y chats, y es normal encontrar gente con la que tienes cosas en común, que vive relativamente cerca (o que puede viajar) y a la que te apetece conocer en persona. Con este grupo lo que tengo en común es la costura (y alguna cosa más), y es el grupo mas numeroso con el que he quedado.

Allí que me fui, con lluvia y todo. Una amiga me acaba de recordar que, cuando me desvirtualicé con ella también llovía. Debe ser que es mi sino para las quedadas.


Hacía años que no viajaba en cercanías (a mi novio solo le gusta ir en coche) y me sorprendió lo mucho que ha subido el precio. Vale que cuando viajaba habitualmente tenía abono transporte, pero no lo recordaba yo tan carísimo. Pasado el disgusto inicial a mi bolsillo, me subí al tren y me dispuse a disfrutar del viaje con un libro. Se me sentó un señor mayor al lado que se empeñaba en darme conversación… al final se dio cuenta de que iba leyendo y me dejó tranquila el resto de viaje. 


¿Y el encuentro? Fue divertido, intenso, emocionante… como son siempre estas cosas. Hablamos por los codos, como en Facebook pero sin necesidad de emoticonos. Pudimos abrazarnos. Me sentí muy bajita, porque eran todas altísimas. Me las imaginaba mas o menos de mi tamaño y al final era yo casi la más recogidita. Me dijeron que tengo el pelo larguísimo. Algunas eran tan cual las imaginaba y otras me sorprendieron, para mejor. Nos hicimos foto en una mercería, que es lo que hace la gente a la que le gusta la costura. Me agradaron mucho los acentos de cada una, los tonos de voz, las expresiones que se usan cuando hablas y no escribes. Me regalaron telas para un proyecto de patchwork que tengo en mente, y unos colgantes que me emocionaron (uno es un hada, para mi colección. Los otros son motivos de costura). Eché de menos a gente del grupo que no pudo venir. Lloré, me reí, me divertí y se me hizo corto. Se me quedó alguna conversación pendiente y alguna a medias, pero di todos los abrazos que necesitaba.

Chicas, hay que repetir. Al menos una vez al año.

Os sigo leyendo en Facebook.

jueves, 20 de octubre de 2016

Tener o no tener (cortinas)

Hay dos tipos de personas: los que tenemos cortinas en casa y los que no.

Si me estás leyendo y no tienes cortinas, que sepas que eres me pareces un bicho raro. Salvo que vivas en un piso en una planta 18, sin vecinos enfrente y con cristales de esos que tú ves lo de fuera pero desde fuera no te ven a ti. No sé si mi vértigo lo soportaría, pero en un caso así puedo entender que no tengas cortinas. En cualquier otra situación, me pareces un bicho raro.

En otros países y otras culturas puede ser de lo más normal no tener cortinas, no lo niego. Pero en este país de cotillas, como que lo no veo claro lo de tener las ventanas desnudas. Máxime en mi casa, que es una planta baja. No termino de hacerme a la idea de salir de la ducha hacia el dormitorio y que me vea mi vecino que acaba de salir a pasear al perro. Que luego te encuentras de camino a tirar la basura, y es un corte que te diga “buenas noches”. Unas buenas cortinas, y así no es necesario retirarle el saludo a nadie.

Dicho esto, aclaro que soy más de visillos, de los que dejan pasar la luz, y que me suelen agobiar los pesados cortinajes opacos. Pero algo hay que poner en las ventanas. Además, teniendo como afición la costura, no tendría perdón si no tuviera cortinas, y no me las hubiera hecho yo misma. 

Aparte de su función preservadora de la intimidad, las cortinas tienen al menos dos funciones más: regulan la cantidad de luz que entra y son elementos decorativos.

Ya sé que los bichos raros que no tenéis cortinas me vais a decir que, si quiero menos luz, baje la persiana (al menos espero que tengáis persianas. Si no tenéis persianas ya sois marcianos directamente). Pero ahhhh, es que bajar la persiana no es lo mismo. La persiana oculta, impide el paso, bloquea, cierra. La cortina tamiza, difumina, suaviza, aligera.

Cuando entra todo el solazo del verano a raudales por la ventana (ya os dije que odio el verano), no es lo mismo bajar la persiana a plomo que suavizarlo con una cortina. Con la persiana te quedas encerrado en la semioscuridad, mientras la vida sigue fuera. Con la cortina sigues teniendo luz para vivir, para hacer cosas. Pero no será una luz intensa y molesta, sino una luz tenue y agradable. Además, dependiendo de los colores de la cortina, puede ser muy divertido ver como la luz juega y cambia al traspasarla (vale, aquí se me ha ido un poco la pinza).

Por otro lado, las ventanas desnudas me dan la impresión de que toda la habitación está desnuda. Puedes tener unos muebles estupendos en casa, pero si no tienes cortinas se verán deslucidos, tristes. Una ventana sin cortinas es como una ventana de hospital. No es acogedora. Las casas sin cortinas me parecen frías e impersonales. Me da sensación de abandono, de casa vacía.


Y por otro lado, en este país de cotillas… Qué bien viene tener cortinas para hacer de vieja el visillo de vez en cuando. 

lunes, 17 de octubre de 2016

Un poquito de nostalgia, por favor

Vivo en un pueblo pequeño, en el extrarradio de una ciudad también pequeña, pero ciudad al fin y al cabo. Los primeros 25 años de mi vida los pasé en una ciudad grande en el extrarradio de una ciudad aun más grande, así que os podéis imaginar el cambio tan radical que dio mi vida.

Me encanta donde vivo. Tengo oxígeno, espacios abiertos, abro la ventana y veo árboles y pajarillos. Salgo a pasear y en medio minuto estoy en el campo. A veces lo odio, porque no hay transporte público y tengo que ir en coche a todas partes. Yo, que me pasaba media vida en autobús, en el metro, en cercanías…

Por eso de vez en cuando me encanta pasear y patear ciudades. Me da igual la grande, junto a la cual me crié, o la pequeña junto a la que vivo ahora. O cualquier otra ciudad que me encuentre. Me encanta ver tráfico y semáforos y gente y escaparates. De vez en cuando me escapo a la ciudad grande a respirar un poco de contaminación.


Hoy he tenido que ir a la ciudad pequeña y me he tropezado con este escaparate en una óptica.


Y que queréis que os diga. Que me ha encantado. Porque son la versión antigua de estos muñecos, los mismos con los que yo jugaba. Los mismos que tengo en casa y a los que maltrata ahora mi hijo pequeño. Nada que ver con la horterada que fabrican ahora.

Que soy muy feliz en el campo, pero que me encanta pasear ciudades. 

sábado, 15 de octubre de 2016

Pequeños defectos de fábrica

Tengo una enfermedad crónica. Diagnosticada desde 2009, aunque llevo bastantes más años con síntomas. Es más, no recuerdo cuando empecé a tener síntomas, así que supongo que la enfermedad siempre ha estado ahí. Es lo que tienen las enfermedades crónicas, que siempre están.

Os la presento: aquí fibromialgia, aquí unos amigos.

Os lo cuento así de entrada para que no os asustéis si un día me da por escribir de ella un poco más en profundidad, que será algún día de esos en los que esté harta.

Para mí la fibromialgia es un pequeño defecto de fábrica. No me incapacita para hacer vida normal, pero si me limita para hacer bastantes cosas. Es como ser bajita o tener el pie pequeño, que son pequeños defectos de fábrica con los que convivo. Ser bajita me limita para llegar a los armarios altos de mi casa, y tengo que usar un altillo (tengo vértigo, otro defecto de fábrica, os podéis imaginar el drama cada vez que me subo a una escalera de dos peldaños que tengo en la cocina). Tener el pie pequeño me limita a que no encuentro zapatos de mi número en las rebajas. Ahora ya no voy a las rebajas porque no hay €, pero hubo un momento de mi vida en que tener el pie pequeño me limitaba bastante a la hora de comprar zapatos.

Pues con la fibromialgia lo mismo. Me limita a no poder hacer deporte intenso (tuve que dejar la gimnasia rítmica con 9 años porque mi cuerpo no daba para más) y solo puedo salir a pasear o hacer yoga. Con lo que me molaría a mí correr una maratón, pero no puedo. Me limita a no poder concentrarme demasiado tiempo en algo y tener que leer dos veces una página porque no me he enterado de lo que pone (Por eso me gustaba mi trabajo, porque no requería grandes dosis de concentración durante largos periodos de tiempo). Me limita a tener que cambiar de postura continuamente. Me limita a que me moleste el más mínimo ruido (imaginad con dos niños que no paran de hablar y preguntar cosas y moverse). Y me limita a que me duelan hasta los abrazos.

Pero bueno, es un pequeño defecto de fábrica. Como levantarme de mal humor por las mañanas. Luego ya después del café con 3 cucharaditas y media de azúcar se me pasa (o no) y ya estoy todo el día tan contenta. Como tener la tensión baja, que en verano me baja aun más y estoy hecha unos zorros y por eso odio el verano. Pues la fibromialgia lo mismo.

He leído testimonios de gente para la que esta enfermedad sí es incapacitante, y han visto muy alterada su calidad de vida. Sobre todo es gente que sí es consciente de cuando empezó la enfermedad, que antes llevaban una vida normal y de repente ya no pueden. A mí, como la enfermedad me ha acompañado siempre, me hace llevarlo de una manera diferente. Dejé de leer testimonios e información sobre la enfermedad porque descubrí que me ponía peor.

Tengo todos los síntomas. Vamos, que lo mío es de manual de medicina. No me dejo ninguno. Ya que tengo algo, lo tengo a lo grande. Y teniendo todos los síntomas y leyendo testimonios de gente que está peor que yo, me como la cabeza pensando que en unos años estaré así y no quiero. Prefiero seguir con mi vida, limitada pero normal y escuchar solo mis propios síntomas y mis propias sensaciones.


Y a ver cuando consigo trabajo, que tengo ganas de ir a comprarme zapatos. 

viernes, 14 de octubre de 2016

Ahhh, el otoño

Ha llegado el cambio de tiempo (por fin, ya os dije que me gusta más el frío que otra cosa), y me ha pillado como siempre sin hacer el cambio de armario.

No se vosotros, pero para mí no hay cosa que deteste más que el cambio de armario. Bueno, alguna cosa seguro que hay que deteste más, pero en este mismo momento el objeto de mis odios es el cambio de armario. No solo por el pesado trabajo de reordenar toda la ropa, que también, sino por la cantidad de ropa que tengo que no me pongo y que guardo con la esperanza de poder ponérmela algún día.

Y no me refiero a esa ropa que misteriosamente cambia de talla cuando está dentro del armario. Algo de eso hay, sobre todo después del segundo embarazo, pero no. No es esa ropa la que me preocupa.
Es la ropa que no me puedo poner porque, desde hace un tiempo (demasiado tiempo), vengo a ser una ciudadana de segunda.

Yo antes tenía un trabajo ¿sabéis? Un trabajo que me gustaba, en una oficina confortable (con calor en verano y frío en invierno, cosas de las instalaciones), con unas compañeras estupendas (¡Hola, chicas!). El trabajo me gustaba porque era de hacer varias cosas en paralelo, que lo mismo cogías el teléfono, que mandabas un mail, que gestionabas un pedido o que tenías que cambiarle el tóner a la impresora. Y lo mejor de todo: me ponía una ropa diferente cada día. Podía usar toda la ropa que tengo en el armario.

Pero ese trabajo se acabó.

Y no hay otro.

No hay más.

Ninguna empresa me quiere.

Ahora, desde que soy ciudadana de segunda (demasiado tiempo), ya apenas cambio de ropa. Para salir a la calle voy siempre en vaqueros y camiseta (no siempre los mismos vaqueros, ni la misma camiseta, los voy rotando… ya que los tengo). Como ciudadana de segunda paso la mayor parte del tiempo en casa, así que cambio los vaqueros por un chándal, el pijama, o cualquier otra cosa cómoda. Total, nadie me va a ver.

Si me llaman para alguna entrevista de trabajo me arreglo, saco con ilusión la ropa encerrada en el armario y me pongo una blusa mona, un pantalón de pinzas, me maquillo, me subo a los tacones… Hasta que vuelvo a casa, guardo la ropa, y espero que me llamen porque la entrevista ha ido bien, porque no van a encontrar nadie mejor que yo para ese puesto, porque soy una trabajadora estupenda con experiencia y energías. Pero nunca vuelven a llamar.


 Y veo toda esa ropa de “para ir a trabajar” cada vez que abro el armario y se me cae el alma a los pies. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

La tienda de lámparas

Después de lo que os conté ayer de Instagram, me acordé de otra cosa que me pasó hace un tiempo también en Instagram. Que no es que yo sepa mucho de marketing, ni de redes sociales, ni de nada, pero hay cosas de algunos community manager que me dejan loca.

En Instagram miro todos los perfiles de los seguidores que me entran nuevos (son pocos, no soy muy popular, ni falta que me hace), por si me interesa seguirlos a mi también. Normalmente sigo crafters, ilustradores, cuentas con fotos de gatitos y de paisajes chulos, gimnastas y cuentas de gimnasia rítmica (algún día os hablaré de esto) y gente que conozco bien de la vida real o bien de otras redes sociales. Si mi seguidor nuevo cumple algún requisito de estos, o si veo que sus fotos me gustan y no se limitan a selfies, lo sigo a mi vez.

Total que un buen día veo que tengo un seguidor nuevo. Miro el perfil, y es una tienda de lámparas. No sé en qué le puede interesar mis manualidades a una tienda de lámparas pero bueno. Es lo que tiene tener el perfil público, que lo mismo te sigue una tienda de lámparas que un club de fútbol. Como en este momento de mi vida no me interesan las lámparas, ni las tiendas (bueno, esto un poco sí), ni las tiendas de lámparas, no le hago el seguimiento recíproco y lo dejo estar.

Pasan un par de días, me salta la notificación de seguidor nuevo, y veo que es la misma tienda de lámparas. Así durante un tiempo: cada 2-3 días me salta la notificación de la tienda de lámparas. Curiosamente, los fines de semana y festivos descansa. Imaginaos mi cara pasando de “que ilusión, un seguidor nuevo, voy a ver si es una cuenta cuqui para seguirla yo” a “otra vez la dichosa tienda de lámparas”.

Entiendo que en algún momento me deja de seguir y vuelve a seguirme otra vez automáticamente, para que a mí me salte la notificación de que me está siguiendo y me ponga a seguirle a su vez. Que esto, si fuera yo famosa y me lo hiciera una niña de 15 años podría entenderlo, me haría hasta gracia. Pero una cuenta corporativa de una tienda de lámparas como que no procede. Después de 15 veces aun no les debe quedar claro que no me interesan las tiendas de lámparas.

Al cabo de unas semanas (creo que pasaron un par de meses), ya mosqueada intrigada con la situación, le abro privado y le pregunto por qué hace eso. Me responde que noooo, que es fallo de Instagram (ya, pero es que solo me pasa con vosotros), que les ha pasado con más seguidores (yaaa, pero es que yo no os sigo), que lo sienten, que bla bla bla. Curiosamente, después de ese día, no he vuelto a saber de la tienda, ni de las lámparas.


Que vamos, que no es que yo sepa mucho de marketing, ni de redes sociales, ni de nada… pero si alguien necesita un community manager que no meta la pata, que me avise que estoy disponible.

martes, 11 de octubre de 2016

Redes sociales y (falta de) neuronas

Está claro, Mark (Zuckerberg) pone las redes sociales, y luego ya cada uno hace lo que puede con el lote de neuronas que le ha tocado en suerte.

En todos los años que llevo usando internet (y ya van unos cuantos) me he ido encontrando de todo. Me daría para escribir otro blog… o un libro. Normalmente son comentarios poco afortunados que te dejan pensando “¿y esteeeee????”.

Cuando el fallo viene de una persona particular al final lo pasas por alto. Asumes que no todos tenemos el mismo nivel cultural, que no todos tenemos el mismo manejo con la informática, y que cada cual es de su padre y de su madre. Asumes, también, que el lenguaje escrito no es igual que el hablado y que a veces se pueden malinterpretar expresiones al faltar el contacto visual. Total que lo dejas correr, pasas a otra cosa, mariposa, y lo acabas olvidando.

Cuando el comentario poco afortunado viene de alguien que maneja una web corporativa te dan ganas de ir al dueño de la empresa y decirle “contrata otro community manager, porque el que tienes va metiendo la pata por ahí”.

Pues más o menos eso fue lo que me pasó ayer en Instagram. Para mí, Instagram es un sitio donde poner fotos cuquis. En mi galería hay sobre todo fotos de las manualidades que hago y fotos de mi gata. En alguna salen mis hijos, pero como tengo el perfil público no subo demasiadas de ellos. Y creo que hay un selfie y dos de mis pies. El resto, como os digo, todo fotos cuquis de mis manualidades (a lo mejor no son cuquis pero lo intento).

A lo que iba. De repente ayer se pone a seguirme una cuenta, a todas luces corporativa por el nombre (y por lo que tiene en el perfil), de esas que se ponen a seguirte pero luego nunca comentan ni hacen like ni nada, y nunca más vuelves a saber de ella.

Mi penúltima foto es de un trabajo que estoy haciendo ahora mismo en punto de cruz. Bueno, ahora mismo no, lo he soltado un poco para escribir. Pues esta cuenta que os digo me hace like en esa foto y en la siguiente y me deja el siguiente comentario:

“Muy bien! Te invito a seguirme >>>”

Y mi cara en ese momento es de “¿queeeeeee?”

¿Cómo que “muy bien”? Llevo haciendo punto de cruz desde los 12 años. Ya SE que lo hago bien. No hace falta que venta un desconocido a darme una palmadita en la espalda. Un comentario del tipo “muy bonito””muy cuqui” o “me encanta” habría sido mucho más acertado.

Pero claro, como es una persona desconocida desde una cuenta corporativa que ni le intereso ni me va a volver a comentar nada en la vida, le da igual que su palmadita en la espalda me toque las narices. Lo que quiere es que haga caso a la segunda parte de la frase, a lo de que le siga. Porque a estas cuentas les interesa tener muchos seguidores, da igual quienes y como conseguirlos.

Pues no, no te voy a seguir, porque no me interesas, porque yo no busco likes ni seguidores, porque me parece ridícula tu manera y tu afán de captar seguidores, porque me he tomado la molestia de visitar tu web corporativa (ya que tu no la mía) y no me ha gustado.

Lo de los simbolitos >>> no he llegado a entenderlo. De momento me han parecido infantiles, que en una cuenta personal pueden hacer gracia, pero en una cuenta corporativa como que no. Si alguien tiene explicación de qué significan en realidad, que me lo cuente. (Están en el mensaje original, os lo he copiado tal cual).


Y dicho esto, si alguien necesita un community manager que no meta la pata en las redes sociales, que me avise, que estoy disponible. 

lunes, 10 de octubre de 2016

Hoy os traigo música: Münik

Energética, alegre... para empezar bien la mañana.

La letra, además, dice mucho de lo que siento.



Consumo poca televisión: alguna serie que creo que merece la pena. alguna peli, Saber y ganar, las noticias y poco más. Pero reconozco que, en ocasiones, veo realitys (¡loca, como se te ocurre!). Solo algunos, y solo de vez en cuando. Entre la segunda y la tercera temporada me suelen cansar por repetitivos y guionizados y dejo de verlos. Pero mientras cumplan su función de entretenerme sin pretensiones los sigo viendo.

Ahora que se están anunciando los programas de reencuentro de la primera edición de Operación Triunfo (y que también veré). me puse a googlear concursantes que recordaba y a los que he perdido la pista. Una de ellos es Nika, de la segunda edición. Me encantaba esta mujer, porque se salía del cliché de cantante pop-melódica que imperaba en el concurso: tenía un aire rockero que molaba.

Pues bien, googleando googleando, me he reencontrado con Nika. Ahora es vocalista en un grupo, se llama Münik y ¡me encanta!. Sigue teniendo el mismo estilo y la misma frescura que entonces, y el sonido del grupo es genial. En el enlace podéis ver su página de Facebook (la del grupo) y en Youtube tenéis varios vídeos para escucharlos. Yo que soy de gustos musicales especialitos, os los recomiendo. Lo mismo a vosotros no os gustan nada, pero merece la pena darles una oportunidad.

Lo de los realitys prometo hacérmelo mirar (o no).

domingo, 9 de octubre de 2016

¿Por qué ese nombre?

Solo tres días de blog y ya he incumplido lo de escribir una página al día, todos los días. Ya os dije que la escritura para mi (o yo para la escritura) es veleidosa, inconstante, superflua. Total, que consejos vendo que para mí no tengo: a mi hijo (el mayor) le digo que escriba un poco todos los días pero yo no lo hago.

Hace un rato mi amiga Alicia (hola, Alicia) me ha preguntado que por qué ese título de blog. Mi amiga Alicia es que es muy de preguntar cosas, de no quedarse con la duda. Y así es de lista ella, que más que perdida en el País de las Maravillas lo que parece es que tiene metida una enciclopedia en la cabeza. Aunque esta Alicia mía es más la de “A través del espejo”, que pasito a pasito llegará a reina o a cualquier cosa que se proponga. Porque no para de preguntar y de aprender.

A lo que iba, que me ha preguntado por qué ese título de blog y se me ha ocurrido responderle varias cosas.

-Sonaba bien. Fue casi la primera frase que se me vino a la cabeza, y me sonó bien. No me lo negaréis, que tiene una sonoridad preciosa, evocadora, como de cuento… Una cursilada, vaya.

-Va de sueños. Al menos la primera entrada. De los sueños de mi hijo mayor por ser escritor o bibliotecario o probador de colchones… o las tres cosas a la vez. Y de los míos propios. Los que se sueñan y los que se viven.

-Nací en invierno. Y esas cosas marcan. Me gusta el frío. Sí, soy de esa especie rara de personas a las que nos gusta el invierno. Me gustan los abrigos, las botas, los sombreros y los guantes. Me agobia el calor. Lo paso fatal en verano, con esos sudores, esos agobios, esa gente que se va de vacaciones a sitios estupendos y dan envidia en Instagram… Así que no me pegaba nada ponerme un nombre tipo “Sueños de verano” o “Sueños de todo el año” porque no, porque a mí lo que me gusta es el invierno.

-Lo puse en Google y no me salió ningún blog que se llamase igual. Que ese tipo de cosas vienen a ser importantes para lo del SEO y tal, aunque aparte de mi amiga Alicia no creo que me lea nadie más. Pero lo puse en Google y solo me salió una peli que es “Sueño de invierno”, en singular, y lo mío es en plural porque yo puesta a soñar sueño mucho y variado.

Y como cumple cuatro requisitos así monos, y no se me ocurría ninguna otra frase cursi que ponerle de título al blog, así se ha quedado.


Pero pienso seguir soñando también en primavera y en otoño. En verano a lo mejor no tanto, porque me agobio. 

viernes, 7 de octubre de 2016

Sueños de invierno

Mi hijo mayor (11 años) quiere ser escritor. O bibliotecario. O probador de colchones. Se está planteando incluso ser las tres cosas a la vez: durante el día ir escribiendo en los ratos libres que le deje el atender la biblioteca, y por la noche probar el colchón que toque. Y de paso, leer todos los libros del mundo. Al menos todos los que tenga la biblioteca.

Le he dicho que para ser escritor tiene que escribir. Que si escribe una página al día, al cabo de un año tendrá 365 páginas (o 366 si es bisiesto) y eso es una novela de las gordas. Le he dado un cuaderno para que lo utilice a modo de diario. Quiero pensar que las grandes carreras de escritor empiezan así, con un diario de preadolescente. Aun no lo ha empezado. Espero que sea más constante con lo de probador de colchones.

Alguna vez, lo confieso, a su edad y más tarde, yo también he tenido ese deseo de ser escritora. Pero soy inconstante, superficial, veleidosa, y no puedo someterme a la rutina de escribir una página al día (al menos una) durante todos los días, durante un año. Algunos días me salen dos, algunos días cuatro, algunos días ninguna (bueno… lo compenso con las anteriores)… hasta que abandono. Nunca hubiera podido ser escritora porque la escritura para mi es ligera, etérea, sujeta a los caprichos de mi estado de ánimo. No puedo someterla a una rutina de escribir todos los días una página (al menos una).

Hubo una época en mi vida, en mi adolescencia, en mi adultez temprana (que a mí la adolescencia me duró hasta los 25) en la que escribí bastante. No una página al día. No todos los días. Escribía poesía, que es lo que escriben los adolescentes y los adultos recientes. Poesías arrebatadas, oscuras algunas, luminosas otras… alguna incluso salvable. Algunas fueron experimentos lingüísticos y estilísticos. Me atreví (loca, inconsciente, adolescente) con un par de sonetos. Escribía sin constancia, sin método, sin disciplina, cuando a las musas les apetecía visitarme. No una página al día. No todos los días.

Alguna vez, lo confieso, quise ser artista bohemia. No se me ocurrió lo de probadora de colchones, habría sido una opción interesante. Pero el arte no da de comer y la vida me llevó por otros derroteros. Me llevó a estudiar ciencias, que tampoco dan de comer, y a intentar trabajar en cosas que al menos llenan el plato y pagan facturas. Luego la poesía me abandonó, o yo a ella. Lo di todo en un momento y que casi me destruye, y perdí la fuerza, las ganas, los versos.

Ahora, de repente, tengo necesidad de escribir otra vez. No sé si una página al día (no creo). Seguramente no todos los días. Ya no poesía, porque la poesía queda reservada para los adolescentes y los adultos jóvenes. Pero sí tengo ganas de plasmar, como en un diario (como en ese diario que aun no ha empezado mi preadolescente) esas cosas que se me pasan por la cabeza y que yo quiero pensar que son las musas que me visitan.


De momento esta página es solo prosa. Quizá, algún día, recupere la poesía.